De libros y autores

La historia de los vertebrados

Este libro de no ficción fue escrito por la diputada española Mar García Puig para contar, desde su experiencia personal, cómo a través de la historia se ha vinculado la maternidad con la locura. Aquí algunos de mis fragmentos favoritos:

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yo había dado a luz a un nuevo mundo, porque aquel en el que mis hijos no existían había desaparecido, y hoy empezaba todo. El parto había abierto la puerta que conecta el ser y el no ser, la vida y la muerte, la luz y la oscuridad, y yo ya no la podría cerrar nunca.

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al engendrar la próxima generación, las madres confirmamos nuestra propia mortalidad, pero sobre todo asumimos un riesgo de pérdida del que jamás podremos desprendernos. En el momento en que el doctor puso por primera vez a mis hijos contra mi pecho, cuando lo que no era se tornó hueso, carne y sangre, lo supe: un día las tijeras de Átropos cortarían el hilo y la separación de mis hijos sería inapelable. Y eso yo no era capaz de aceptarlo.

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«Ya no puedo morir –le grito–. Soy madre».

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En los días siguientes miro a mis hijos y me parecen una tierra inexplorada. Los cartografío en busca de dragones. En mi mente se despliegan escuadras y cartabones, en una geometría que no tiene fin. Nada sacia mi sed de comprobación. Mirarlos me inunda a partes iguales de amor y terror, y voy descubriendo que son las dos caras de la misma moneda existencial. Si tanto temo a la muerte es porque de repente valoro la vida como nunca lo había hecho.

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El miedo materno es una fuerza feroz que ha dado forma a nuestro mundo. Los propios cimientos de nuestra civilización, nuestros mitos fundacionales, se basan en el dolor de las madres.

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la experiencia de cuidar a alguien despierta una voluntad de protección que conoce pocos límites

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Y el espíritu, nunca he entendido el espíritu, todo lo que sé es la forma que toma, esa llama de carne vacilante. Aquellos que saben sobre el espíritu pueden decirte dónde está y por qué.

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no existe persona sobre la faz de la Tierra que no pueda adquirir el pensamiento materno. Y es a través del reconocimiento de este pensamiento como recuperamos la maternidad del angosto marco privado al que la somete el patriarcado y la hacemos estallar en la política.

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«Cuando perdí a mamá, tuve ganas de desaparecer. No de matarme, porque no quería acabar como un protagonista de página de sucesos, sino de dejarme morir privándome de alimentos y de sueño. Pensé entonces que conmigo desaparecería el recuerdo que conservaba de ella, ese recuerdo de un fervor único, y que la arrastraría a una segunda muerte, esa definitiva, que cometería una suerte de parricidio».

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No hay curación posible para el que no asume la incertidumbre como parte de la existencia.

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olvidamos que el arte puede ser uno de los mejores aliados para entender el significado de nuestro dolor y, en lugar de acallarlo bajo el aturdimiento, dotarlo de una energía transformadora.

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esa anciana que, como mi abuela, creía vivir en otro tiempo y en otro lugar. Su hija me contó que había sido costurera. A veces, cuando estaba cerca de ella, me agarraba una esquina del abrigo y empezaba a dar puntadas imaginarias sobre él, con una agilidad y destreza sorprendentes si se tenía en cuenta su Alzheimer avanzado. Aún conservaba esos movimientos reflejos que había repetido durante miles de horas bajo el foco de una sastrería

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Y el epígrafe, un poema de Sharon Olds, que explica la belleza del título:

Su pequeño trasero descansaba sobre la palma de mi mano, su pecho contenía zurrones arrugados de muaré y su cuello — tenía miedo de su cuello, una vez casi me pareció oír cómo se quebraba suavemente, la miré y ella movió sus ojos de pizarra y me devolvió la mirada. Estaba a mi cuidado, la criatura de la columna, como el primer cordado, como si la historia de los vertebrados estuviera en mis manos. «Su primera semana», SHARON OLDS

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