De libros y autores · Del texto al textil

La memoria del cuerpo es textil

Pérez-Bustos, Tania (2021). Gestos textiles. Un acercamiento material a las etnografías, los cuerpos y los tiempos. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 260 pp.

En mis manos unas manos. Las manos bordan, reparan o juntan fragmentos. Las manos también escriben con hilo y tinta: Gestos textiles. Un acercamiento material a las etnografías, los cuerpos y los tiempos, el más reciente libro de Tania Pérez-Bustos, docente e investigadora. Esta es una conversación no solo académica, sino también pensada como la suma de voces que narran sus tramas.

Intentaré hacer mi propia colcha de retazos con algunas de las puntadas más agudas de este libro. Como escribe Pérez-Bustos, se podría “pensar la escritura como una juntanza de fragmentos y no solo como un ensamblado de ideas estructuradas” (p. 172).

¿Qué es un gesto? Es un movimiento personal que refleja nuestro ánimo, una forma en la que somos vistas y una forma de imaginarnos. Hay tantos gestos como personas, pero, en particular, quienes tenemos alguna relación con los textiles compartimos cuatro: repetir, deshacer, remendar y juntar. Así está ordenado el libro de Pérez-Bustos hasta llegar a un dechado (algo así como las planas con las que las bordadoras aprenden puntadas) de conceptos.

Estos gestos tienen una función que nace adentro del cuerpo y se expresa fuera de él: en la tela y en lo social. Con la repetición, indica la autora, aprendemos; con la destrucción cuidadosa podemos recomenzar; con la reparación resistimos el dolor y el tiempo; con la juntanza entre mujeres, cuerpos, pensamientos, se puede componer una obra o una historia.

De ahí el parecido con gestar. Gestamos hijos (a veces), obras, ideas, sentimientos y memorias a través de nuestros gestos. No gestamos solas, sino a pesar y gracias al otro.

¿Se puede materializar un recuerdo? ¿Se puede acaso materializar el gesto? Pérez-Bustos dice que sí. Con el ir y venir de la aguja va quedando nuestra marca en la tela, nuestra elección de colores, o el resultado de una conversación: “Se repite para guardar la memoria corporal de lo que se hace, se repite para aprender y entender las puntadas, se repite, repite y repite para alcanzar la maestría de la labor” (p. 38).

Y luego se repite también para ser originales y “entender las historias que estos (movimientos) guardan, dar cuenta de cómo la repetición nunca es la misma ya que la acción que se repite nos hace ser distintos al final” (p. 53).

Se crea, sí, pero también es posible volver sobre lo mismo para hacer más fuerte el tejido de la vida propia. Se borda la memoria para “remendar esa tristeza, ese silencio (…). Al remendar, quien remienda sana y al hacerlo resiste, hace memoria, su cuerpo se torna tela y ella testimonio de ese proceso que le permite trascender” (p. 145). Incluso hay procesos de bordado que no buscan esconder el arreglo, sino, por el contrario, hacerlo más visible para que haga parte de una nueva composición, una en la que no se niega el error, ni el paso del tiempo. Esto sucede con el sashiko, una técnica de bordado japonesa que enmienda con puntadas simétricas y ornamentales.

La evocación también puede ser dolorosa, bien sea desde el recuerdo que transmite la prenda o porque el cuerpo mismo sufre con el oficio de las agujas. Es necesario ver ese dolor para empezar a sanarlo, deshacerlo: “desbaratar es entonces una forma de sanar también, pero ella supone contemplar lo tejido que debe destejerse después, y esta es una tarea en principio dolorosa” (p. 93). Al respecto, el libro habla sobre las Tejedoras de Sonsón que enseñan que “debe desbaratarse para permitir que luego la vida se teja nuevamente” (p.94).

Este gesto también se relaciona con el desanudar. Así como las estructuras narrativas tienen nudos que marcan los puntos de tensión y la convergencia de los conflictos de sus personajes, en el textil se hacen nudos por el afán, la inexperiencia y también por voluntad propia: “No es tan fácil desanudar el propio pensamiento como lo es desanudar el propio tejido. He tenido que escribir mis pensamientos muchas veces y deshacer otras tantas lo pensado en la escritura para entender lo que necesito decir. Deshacer y desanudar el tejido ha sido de ayuda en esa tarea” (p. 114).

Hay un límite: “si destruimos todo, no hay con qué rehacer la vida”, comentó Pérez-Bustos en la presentación de su libro.

Este libro no se limita a una técnica, sino que se abre a las historias que esta suscita: “el bordado sostiene a Doña Elsa económicamente, pero además de dinero, también le ayuda a procesar el duelo que había vivido; y así, como Olivia, en el entrelazar hilos va reconfigurando la estructura de su vida, permitiéndole seguir adelante” (p. 140). En otro apartado se lee también: “Pude reconocer sus silencios en los míos al contemplar su trabajo textil, y en él, sus pérdidas, su creatividad, su fortaleza” (p. 143).

Gestos textiles el entretejido de las investigaciones de Tania Pérez-Bustos, la lectura y conversación con autoras feministas, y sus clases de “Costuras: pensamiento textil”. Este libro, como obra, selecciona, depura y hala de los hilos que más nos pueden conectar desde lo cotidiano.

A la autora le llama la atención la relación entre tiempo-objeto-cuerpo: una prenda guarda el olor del cuerpo; una sábana, su silueta; una aguja, el sudor. Y aun cuando el tiempo pasa, estas marcas permanecen.  “La memoria del cuerpo es textil”, sugiere, así como que hay continuidad del cuerpo en ese objeto: “el trabajo con el cuerpo que se gesta en lo textil nos acerca a la experiencia de una forma distinta”, según dijo en su presentación en el Fondo de Cultura Económica.

Gesto viene del latín gestus, que significa “llevar consigo”. Llevamos con nosotras, a veces “a cuestas”, la forma en la que nos enseñaron a amar o lo que reprimimos. Hace años las mujeres también llevaban consigo el costurero como un peso de idealización femenina. Ahora deshacemos parte de esa historia para construir un nuevo significado: bordamos, cosemos y tejemos porque nos gusta, porque así nos acercamos al mundo y a ciertas personas, porque también así podemos protestar y acompañar.

Escribe la autora: “lo textil hacía parte de mi habitar, como hace parte del habitar de cualquier persona, de hecho, pero hasta ese momento no me había detenido en lo que implicaba su hacer” (p. 16).

Conecto entonces con el verbo gerere, o “llevar a cabo las cosas”, “administrar”. Es decir, nos mudamos de la sumisión hacia el querer hacer con nuestras propias manos. Ya no solo administramos (también) el hogar, sino que administramos nuestro tiempo. Nuestro cuerpo. Y el tejido, que también es piel, nos lo recuerda.

>>Puedes leer el libro completo aquí.

>>Esta reseña fue publicada en la Revista CS de Icesi: Prácticas textimoniales: narrativas, resistencias y formas del hacer textil.

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