Del texto al textil

Las bordadoras de Isla Negra

La estufa está prendida, llamas de lana roja. El choclo desgranado sobre la mesa, ají y cebolla con puntadas entrecruzadas. Afuera el atardecer de colores surreales, mar de figuras abstractas. La iglesia y la plaza y los niños correteando a los perros. Esta historia no se lee sobre papel ni sobre lienzo, sino sobre un saco harinero. Las palabras/imagen, los versos/puntadas están hechos con lana.

Las bordadoras de Isla Negra, Chile, cuentan su vida cotidiana como un dominio de su hogar, que es su “bordar mundo”. Es su crónica de los días, un registro de sus labores. Ellas labran la tierra y luego labran la tela. El poeta Pablo Neruda, quien fue residente de aquella localidad en la región de Valparaíso, admirado por estas mujeres les escribió: “Tienen nombres de flores, si las flores escogieran sus nombres. Y ellas bordan con sus nombres, con los colores puros de la tierra, con el sol y el agua, con la primavera”.

Comenzaron siendo un grupo de 20 mujeres que buscaban hacer una “economía doméstica”. Trataron con los tejidos, pero lo que finalmente les resultó fueron aquellas llamadas “pinturas ingenuas” sobre los sacos harineros y con que ayudaron a movilizar la situación económica de su región con un modo de hacer genuino.

Sus escenas cotidianas son un valioso registro de su historia y de su cultura. Las bordadoras de Isla Negra hilan la memoria de un lugar con los relatos que se van contando mientras bordan, porque casi siempre lo hacen acompañadas de otras bordadoras y de sus hijos. Le llaman a este momento “el relajo”. Ocupan las manos con la aguja y la lengua con los recuerdos. Se les queda en el cuerpo el ritmo de las puntadas.

Hace unos años el Museo Nacional de Bellas Artes de Chile reunió una muestra de su trabajo en una exhibición llamada “Bordar el desborde”, pues ellas bordan su lugar, y se desbordan como artistas. Varias de ellas ya empiezan a marcar sus estilos, será por la forma como bordan el cielo sobre el océano Pacífico, será como bordan la catedral. Sobre María Luisa Álvarez, “una creadora desbordante”, se leía en la exhibición a modo de homenaje: “Las manos labran la tierra y labran la tela, siembran, cortan, pelan, enhebran, quiebran pescuezos de aves, desgranan choclos, bordan choclos, encienden fuego, escogen lanas, acarrean leña, cogen plumas, rozan la tela, avivan a los gallos de pelea y luego descansan en el regazo, en paz”.

Como si fueran escritoras, las bordadoras (y no solo las de Isla Negra) también bordan para pensar. A través de sus obras se pueden conocer personajes, una visión propia del mundo, una subjetividad desde la escogencia de los colores y del hilo. Es la creación de un capítulo de un libro interminable que se traza entre todas.


Columna publicada en El Espectador, 31 de enero 2020

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