De libros y autores · Del texto al textil

Diario de una bordadora

Me emocioné mucho cuando vi que Loly Ghirardi -o Señorita Lylo- iba a sacar un libro sobre su experiencia con el bordado. Me entusiasmó que más que un manual, se tratara de una crónica de vida… y ¡qué crónica! La primera palabra que se me ocurre para describir esta lectura es: honesta. Luego vienen: desgarradora y reparadora. Nos desarma para decirnos que siempre, siempre, podemos volvernos a armar. La metáfora del zurcido no sobra jamás.

Ella compara el bordado con la técnica Kintsugi, con la que los japoneses reparan con oro las grietas de su cerámica. La pieza, enmendada, resulta más hermosa que la ‘perfecta’. Será porque tiene una historia, una vida más real, como la de todos.

En el caso de Loly, el hilo conductor es la búsqueda de su maternidad y el no poder alcanzar ese deseo. De las cosas más bellas entre lo duro de esta experiencia es su encuentro con el bordado. Me gusta que no se trata de «y esto me curó», como un único momento decisivo. Fue mejor aún: aprendió a bordar cuando apenas su ‘maratón’ empezaba, así que fue compañía, consuelo, motivo para seguir, para conocer a otras mujeres y armar una comunidad en torno a la belleza. Le sirvió para gritar calladamente sus pensamientos, para que esas frases dejaran de darle vueltas, quizá de hacerle daño, y se volvieran arte, o expresión que nos ha inspirado a muchas de sus seguidoras.

Su libro se divide en cuatro capítulos nombrados como las puntadas esenciales. Con «Punto hilván» habla de ese seguir adelante fluido, donde parece que la vida no trae muchas complicaciones. Con el capítulo «Punto nudo» nos cuenta el inicio de esa búsqueda difícil por la maternidad, de los tropiezos, pero también de su encuentro con el bordado. Con «Punto atrás» vemos cómo recupera toda su experiencia, la feliz y la dolorosa, para integrarla en quien es ahora y el nacimiento de su alterego: «Señorita Lylo». Finalmente con «Rematar», nos deja patrones para que bordemos por nuestra cuenta y sintamos en carne propia la experiencia de compañía y sosiego de la que nos ha hablado durante el libro.

«De a poco empecé a desarrollar un método para bordar. No, algo mejor: un ritual. Tomo fotos a todo lo que me llama la atención, hago un collage y luego un diagrama en el que imagino el color de fondo y los de relleno. Antes de empezar a bordar hago un boceto: aunque todo cambie sobre la marcha, siempre parto de una idea y un diseño en mi ordenador. Crear o diseñar patrones desde cero consiste en pensar una serie de imágenes, hacer una composición con ellas, pensar qué colores, qué puntadas representan mejor cada objeto o textura».

Habla de Jane Austen, bordadora y escritora extraordinaria, que a pesar de su buen trabajo de labores, no era bien vista por elegir estar sin esposo, sin hijos. Ella bordaba para reparar y embellecer prendas antiguas, cosa que también define el trabajo de Loly, quien borda sobre telas especiales para ella: ropa de personas cercanas o telas que recupera de mercados de las pulgas en sus viajes.

«Siempre tengo retales de telas importantes para poder intervenirlas y darle un sentido personal a esa pieza. «Siempre he temido ser separada y abandonada. Coser es mi intento de mantener las cosas cohesionadas y completas», explicó Bourgeois. En pocas palabras, asociaba la aguja con la reparación, y yo no podría estar más de acuerdo».

También está May Morris, hija de William Morris, quien lideró el movimiento Arts & Crafts, pero sobre todo, una artista que puede ser recordada por sus propios logros en torno al diseño de patrones en sus bordados y textiles. Cierra con Louisa Pesel, viajera, maestra y presidenta del Gremio de Bordadoras de Inglaterra.

Uno de los ejes de su trabajo bordado son frases ciertas y dolorosas, no solo el decirlas sino sentirlas, puntada tras puntada. Cosas como «No hay latido» o «Legrado aspirativo» cuando tuvo su primera pérdida. También hay fragmentos de sus diarios de terapia o algunas palabras más llenas de esperanza como: «Bordar es mi refugio» o «Quererse en las luces es bonito, quererse en las sombras es esencial».

«El bordado no era un pasatiempo: era mi nueva forma de relacionarme con el mundo. La aguja me atravesaba en la tela y en la vida».

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