De libros y autores

De la inevitabilidad del yo

La escritora Annie Ernaux se enfrenta a la hoja en blanco. Dice que no tiene que mirar muy lejos para saber por dónde empezar a escribir. Abre su diario y recurre a una frase que escribió hace 60 años relacionada con una experiencia traumática. La realidad ha sido cruel, pero ella hace algo más: la transfigura para sí misma y, por lo mismo, la ilumina de otro modo para los demás. Deja de ser un peso que lleva a solas: “Ahora se trataba de adentrarse en lo inefable en la memoria reprimida y arrojar luz sobre cómo vivía mi gente. De escribir para comprender las razones, tanto internas como externas, que me habían alejado de mis raíces”, dijo en su discurso al recibir el premio Nobel de Literatura en 2022.

¿Es que los escritores no saben escribir algo más que de sí mismos? ¿Por qué lo hacen? A veces la escritura nace más honestamente desde lo que se conoce o lo que se ha vivido. Más que describir una anécdota se busca un fondo universal: el amor, el duelo, la rabia, la vergüenza. No necesariamente se crea así una autobiografía, sino una ficción que palpita, que conmueve porque también nos ha conmovido.

Ernaux escribió, entre tantas otras obras de corte personal, El acontecimiento, una historia sobre su aborto en una sociedad terriblemente castigadora, en un tiempo aún distante del reconocimiento de los derechos sexuales de las mujeres. Usó el ‘yo’ no para liberarse de sus secretos, sino, como dijo: “para descifrar una situación vivida (…) y así revelar algo que solo la escritura puede dar vida y quizás transmitir a la conciencia y las memorias de otros (…). Cuando lo que no se puede decir sale a la luz, se vuelve político”. Entre más personal, más nos toca. Decía Víctor Hugo “ninguno de nosotros tiene el honor de vivir una vida que sea solo suya”.

Asimismo Emma Reyes, artista y escritora colombiana, hizo el ejercicio de narrarse a sí misma, en especial la desgarradora historia de su niñez, apoyada en las cartas que le enviaba a su amigo Germán Arciniegas y que quedó en el libro Memoria  por correspondencia. Es que el dolor parece narrarse bien en primera persona. Está Cómo maté a mi padre de Sara Jaramillo Klinkert o El olvido que seremos de Héctor Abad Faciolince, en los que se lee no solo sobre el asesinato de un padre, sino cómo esta realidad fue la misma de toda una generación que tuvo que crecer diciendo adiós. O el caso de la poeta Piedad Bonnett, quien escribió en Lo que no tiene nombre la historia de la salud mental y posterior suicidio de su hijo, y también de la lucha de ella, como madre, para al fin decir: “Para que no te mueras doblemente/ pido al dolor que sea mi alimento”.


>>Columna publicada en El Espectador, 3 de noviembre 2023

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